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La Revolución Fluorescente

Yo Sueño

FOTOS DEL PARAISO

Cuando que empecé a leer e informarme sobre los abusos, existía un ejercicio para la rehabilitación que me hace pensar. Pensar mucho. El ejercicio hablaba de nuestra niña interior. Explicaba que debíamos recuperarla, hablarla, quererla… y perdonarla. Y yo no tenía muy claro a qué se refería. Pensar en ella me hacía sentir nostalgia, añoranza. Cuando veía sus fotos, mis fotos, recuerdo cada uno de los momentos en los que se hicieron, el lugar, con quien estaba… Era como si viajase en el tiempo y atravesase el espejo. Como si volviese a la casa de la playa, cerca del faro, donde el Monstruo nunca pudo verme porque jamás estuvo ahí. Era como si entrase en una máquina del tiempo en la que recordaba y aún recuerdo muchas cosas.


Recuerdo a las mascotas: Colás, Harina, Jai, Cora, Musi, Pelusa, los galápagos en la pecera, los peces del acuario, la caja con los gusanos de seda. Recuerdo a Dina, a Ana Belén, a su madre, a Neli, a María-José, a Sergio, a María, a Victoria, a Teresa, a Reyes, a Pituso, a Mariado, a Carmen, a Paloma… todos son personas que en algún momento de mi infancia han tocado mi corazón, no para herirlo, sino para curarlo sin saberlo. Si, es cierto que nunca hubo muchos amigos. Que muchas veces jugaba sola. El acoso escolar ha sido una constante en mi vida. Supongo que el papel de víctima, de niña extraña que no vivía con sus papás, nos hace ser la diana de los demás con facilidad, y la crueldad infantil, que es original y virgen, no ayudaba en absoluto. Pero a lo largo de los años mantuve cierta relación con un par de amigas que Vivían cerca de casa y por lo tanto, las veía fuera de los horarios de clase. Además de la pequeña pandilla que se reunía todos los veranos en la casa de la playa.

Pero más que a las personas recuerdo lugares, sensaciones. Recuerdo levantarme temprano los fines de semana sin hacer ruido, despacito para no despertar a nadie e irme a jugar al salón-comedor. Cosa que solo podía hacer en el hogar de los padrinos. Recuerdo el coche a pedales azul que imitaba a los Formula 1 de la época. Recuerdo ir pedaleando y atropellando a todo bicho viviente por la calle, antes de ir a ver a Petra, la vieja osa que tenían en una jaula en el parque. Y después a visitar a los cisnes. Siempre que los veía recordaba el cuento de El Patito Feo. Lo tenían en casa, en un “audio-libro” con un disco de vinilo, de esos que iban a 45 r.p.m. y un narrador con una voz fantástica relataba el cuento con la melodía de El Lago de los Cisnes de Tchaikovski de fondo musical. Adoraba ese cuento, y su música. Pero no por el sueño de los niños de que al hacerse mayores dejarían de ser patitos feos, sino porque siempre tuve la sensación de que había nacido en el nido equivocado.

Recuerdo el centro comercial en el que mi Madrina tenía su negocio. Allí jugaba al escondite con los hijos de Helena, otra empresaria. Recuerdo el taller de manualidades de María Galleta, o la sensación de cruzar una puerta mágica cuando entraba en un local llamado Attrezzo, por los extraños objetos que vendía. El negocio de ropa vaquera del cantante Pablo Abraira, o los muñecos mexicanos del escaparate de otra de las tiendas. Recuerdo las visitas al Zoo y al parque de atracciones, y subir a su carrusel y a la noria. Las tardes patinando en la “súper-terraza” del ático del edificio donde vivía con mis Padrinos. Hacer flores de papel charol en la mesa del salón, la lámpara de la mesita de noche de la habitación que compartía con mi Madrina, hecha con millones de canicas; el ruido de la madera del parquet del pasillo al pisar. Ponerme en el reproductor de cassette la OST de "La Guerra De Las Galaxias" que tanta ilusión me hizo que me regalaran y recrear en mi cabeza cada escena del film una y otra vez. El ruido de la madera del parquet del pasillo al pisar,  la brisa fría que me revolvía el pelo cuando me asomaba a la terraza en invierno, los geranios. jugar debajo de la mesa del comedor, donde sus decorativas patas me hacían imaginar una cueva o un templo para explorar. recuerdo cómo me enseñaban a quitar las espinas del pescado con cuchillo y tenedor o a hacer aviones y pajaritas de papel. Los trabajos manuales del colegio, que siempre alguno de los padrinos se quedaba hasta muy tarde ayudándome a terminarlos. las meriendas con chocolate con churros de mis cumpleaños, donde debajo de la servilleta me ponían un muñeco de Snoopy de tela relleno de caramelos. La primera vez que me llevaron a ver una zarzuela, con diez o doce años. Creo que ahí descubrí mi amor por la música clásica, porque ya sabía que mi pieza favorita de entonces no estaba en las principales listas de radio-fórmulas: El "Tema de Leia" de John Williams. Los langostinos a la plancha de un restaurante que visitábamos con frecuencia, o la tortilla de patata con mayonesa de todos los viernes para cenar, viendo el Un, Dos, Tres. Las noches que siempre, me acostara quien me acostara, me daba un beso y me dejaba una lucecita encendida para que no tuviese miedo. Uno de ellos me enseñó a decir “buenas noches hasta mañana” en inglés. La bici que me regaló “El Jefe”, el padre de mi Madrina; y los disfraces que todos los años me traía cuando llegaba a la casa de la playa.

Es en esa casa de la playa donde guardo parte de mi mejor infancia. Recuerdo los viajes hacia allí, con parada obligatoria en Casa Juanito, donde siempre me compraba el mismo llavero y siempre se acababa extraviando. Jugar en los columpios de los jardines de alrededor de la casa, Recorrer la arena de la playa corriendo hasta la orilla, para no quemarme los pies. Las tardes sentados todos los niños de la urbanización en los bancos que se usaban como “red” de la pista de tenis. La espera en la terraza de la cocina, hasta bien entrada la noche, la llegada de algún miembro de la familia, cuando su coche aparecía por la curva de la carretera tras su viaje desde la gran ciudad. ¡Cuántas veces me quedé dormida en aquella hamaca! Ver desde la orilla del mar al “Jefe”, en la terraza, sentado en su silla de despacho rojo mirando la playa, vigilando que no me ocurriera nada en el agua. Su silbato para avisar que era la hora de comer. Pasar horas en aquella orilla mojando los pies, o dentro del mar -pero sólo hasta la cintura, no me dejaban entrar más allá sola- mirando el horizonte y dejando volar mi inmensa imaginación; inventando cuentos e historias de princesas encerradas en castillos o hadas que impartían justicia a golpe de varita. Ayudar a preparar la mesa para el desayuno colocando los mantelillos individuales de motivos cinegéticos y hacer la "trampa" de que en mi sitio siempre me tocase el mantel que tenía un Setter Irlandés rojo y blanco con la cabeza erguida.  el Cola-Cao con grumitos, tan frío que casi te dolía la cabeza al beberlo. Las tostadas de pan con mantequilla, el melón con jamón. El rincón donde hacía mis deberes de verano, con tan buena luz natural, que era nuestro lugar favorito para las fotos. Mi toalla con el dibujo de la señal de STOP (aún la conservo). La casa de mi amiga Reyes, con el cubo de agua en la entrada al patio para limpiarte los pies si venías de la playa. Las sesiones de cine nocturno que nos ponían a los niños, en ese mismo patio, con un proyector iluminando una blanca pared, como si estuviéramos en "Cinema Paraíso". Salir a navegar a la zona del faro, en el barco del cuñado de mi Madrina y anclar en una especie de ensenada que formaban las rocas del acantilado. Allí, que no había corrientes, me tiraba desde el barco a bucear entre las algas y los peces, y era en esos momentos cuando me sentía totalmente libre. Los sonidos amortiguados por el agua y la sensación de “flotar” en el líquido elemento eran para mí como traspasar una barrera y entrar en otro mundo, en otra dimensión. Era como entrar en uno de mis cuentos. 

Aún hoy me gusta nadar y dar largos paseos por la playa, con mi música en mis auriculares a todo volumen; o sentarme en los espacios alejados de la orilla, donde la arena es más fina y forma dunas entre la maleza de las zonas marítimas sin construcciones ni aceras para pasear, lejos de la zona de paso de los bañistas. Pero tampoco le hago ascos a la montaña. Sentarse en un peñasco en silencio, observando todo un valle encerrado entre cumbres nevadas es para mí un espectáculo inenarrable. Ver la inmensidad del mundo y darme cuenta de lo pequeña que es la vida humana da un valor añadido al conjunto. Y sentir el “poder” de la naturaleza me encanta. De niña las tormentas me daban miedo. Me metía en la cama con la luz apagada para oír el trueno y calcular cuánto tardaba el resplandor. Me habían dicho que cuanto más tardase, más lejos estaba la tormenta. Pero a medida que fui creciendo fui perdiendo ese miedo y ahora, si hay tormenta, busco un sitio privilegiado donde poder ver los rayos descargando toda su fuerza. Ya adulta descubrí un lugar en la costa norte del país donde los acantilados, por efecto del agua, tienen pozos naturales que conectan con la superficie marina. En algunas partes pueden tener decenas de metros de altura y cuando el mar está embravecido, al descargar las olas en las rocas, entra con tanta fuerza que sube por los pozos hasta la parte alta donde puede lanzar el agua, como si fuera un sifón, varios metros de altura. Yo viviría allí, en una casita, el resto de mi vida, contemplando el espectáculo de ver a Poseidón cabreado.

Si. Todavía se puede rescatar algo, no todo está perdido. Mi Monstruo no pudo arrancarme esos recuerdos. Pero todas esas evocaciones son de las temporadas con mis padrinos. He intentado recordar algún momento feliz de la casa de mis padres, y no he encontrado ninguno. Seguro que los ha habido. Es imposible que no hayan existido buenos ratos con mi hermano, el que era de mi edad, o jugando con alguna niña del barrio, pero yo no recuerdo ninguno. Ni uno solo. Tal vez porque no existen imágenes grabadas de allí. A mi Madrina le gusta la fotografía, se le da muy bien. Tengo cientos de fotografías que me hizo a lo largo de los años y en todas se me ve feliz, alegre, soñadora. Cuesta creer, mirando esas fotos, que ya hubiera un Monstruo en mi vida.

Lo añoro. Veo esas viejas fotos y echo de menos aquellos días. Echo de menos la vitalidad, la tranquilidad cuando me quedaba sola en casa. Echo de menos esos instantes porque cuando me hacían esas fotos nunca recordaba lo que me hacía mi padre. De hecho no echaba de menos a ningún miembro de la familia biológica. A nadie. Echo de menos la voz tranquilizadora de mi Madrina. Una voz musical, aterciopelada, pero firme a la vez. De autoridad, con esa sensación de que lo que decía era la verdad absoluta. Ya no la oigo y a veces la extraño. Pero sobretodo echo de menos mi propia inocencia.

Pensar en mi niña interior me produjo, durante aquella etapa de mi sanación, un gran desasosiego y el deseo de volver a ese refugio seguro en el que nada podía hacerme daño. Cuando escribí esta entrada no sabía cómo reunir a esa niña con la mujer que soy ahora. Había una grieta enorme que me separa de ella, pero además no entendía qué es lo que tenía que perdonarle, porque todos estos recuerdos son felices. ¿Cómo voy a estar enfadada con esa niña tan feliz? Con la terapia y el trabajo personal entendí lo que necesitaba perdonar: a la niña herida, la que vivía al otro lado del espejo. Los abusos y los años oscuros se convirtieron en un punto de inflexión. Porque lo único que había pensado toda mi vida es que tuve la oportunidad de vivir una infancia privilegiada, con el cariño y la estabilidad emocional que me dieron mis Padrinos y que todo niño ansía por encima de todo, y creía que lo había mandado todo a la mierda. Pero eso no era cierto. Yo no mandé nada a la mierda. Yo no hice nada malo. Empecé a entender lo que significaba ponerte en contacto con tu niña interior. Es entender que en tu infancia no tuviste capacidad para cambiar nada, ni bueno ni malo, y sólo puedes escuchar el relato de tu Niña Perdida sin juzgarla. Y mi relato propio decía que lo tuve todo, pero era un regalo envenenado. Mi relato decía que he vivido de alguna manera en mis propias carnes el mito de Fausto. Me llevaron al paraíso a cambio de consentir la peor de las pesadillas. Pero tal vez yo no rubriqué el contrato. Cuando nací, alguien lo firmó por mí.




"Cuando sentimos miedo, disparamos. Pero cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos"

Susan Sontag (1933 – 2004) Escritora, filósofa y profesora estadounidense.

8 comentarios:

  1. Yo también he pensado en aquella niña desde hace un tiempo, miro con nostalgia las fotos, mi paraíso y mi infierno estaban en el mismo sitio y todavía tengo sentimientos confusos. Era como vivir en el mismo lugar pero en realidades alternas. Solo intento recuperar lo que vale la pena.

    "A veces creo que lo tuve todo, pero era un regalo envenenado."

    Tu frase lo resume todo...

    Un Abrazo.

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  2. felicidades por tu blog,lo sigo cada vez mas impaciente,de que llegue el sabado.
    en el de hoy me veo identificada,recuperar a esa niña.yo no fui niña abusada sexualmente,si maltratada psicologicamente y en ocasiones fisicamente,lo que me ha dejado muchas secuelas en mi vida adulta.alabo tu blog,porque lo considero una manera valiente y de liberacion el contar todo lo que te ha pasado y has vivido.yo no me atrevo a exponer mi historia abiertamente,nose,si por verguenza,si porque a dia de hoy sigo el contacto con mi padre,y siento que seria una traicion hacia el.
    siempre me escudo,en que el ,no fue el tipico maltratador"que salen en las noticias",siempre le excuso,e intento justificar.asi,que en parte,eso me ancla en mitad de una lucha,en la que no puedo gritar con mayusculas,fui niña maltratada,aunque yo si se, que vivir con el ,me marco de por vida.
    por lo que leo,las secuelas son muy parecidas.yo no tuve la libertad,de salir de mi casa,pues como he dicho,el no era un maltratador de palizas,con lo que hasta que me fui de mi casa,tuve,tuvimos que vivir con el,seguir sus ordenes,obedecerle en todo sin rechistar.vivir con el era,era estar en una tension constante,pues tan pronto te rodeaba con su brazo,nos compraba cosas,buenas vacaciones,o simplemente por estar jugando en la habitacion una noche antes de reyes,cuando yo tenia 9 años con mi hermana,entro en la habitacion,y al ser de noche,su beso de buenas noches fue una paliza,primero a mi hermana mientras yo miraba temblando,y a continuacion me pego a mi.seguidamente,una frase de "no os movais y a dormir".mi madre,no se entero,y yo,nose,fruto de mi edad,no le contamos nada.mi hermana,era traviesa,inquieta y contestona,y al dia siguiente estaba alegre,como sino hubiera vivido aquel momento.yo sin embargo,me sentia encogida,con una mueca en la boca todo el dia,callada,obediente,sumisa.y ese papel o actitud que aprendi,fue mi mayoo enemigo.obedecia en todo,no queria cometer errores,y eso desencadeno en mi,una fuerte ansiedad,que a los 19 años,empezo mi otro calvario,y mi monstruo"la agotafobia".
    añadido a ello,fobia social,hipocondria,que me empezo a limitar mi vida,para todo.ademas de una baja autoestima,inseguridades,miedos.

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  3. quise decir agorafobia,como equivocarme en una letra,en una palabra que me acompaña,a cada segundo de mi dia.

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  4. Nemesis esto que cuentas que viviste de niña junto a tu madrina fue algo muy bonito, que gente tan buena eran todos ellos.
    Tu vida junto a tu familia de sangre fue lo peor que te pudo haber pasado. Yo aveces tengo muchos recuerdos de mi vida infantil, pero los mejores son en los que no aparecen mis padres.
    Aveces me gusta pensar, en que si hubiera tenido una hija como yo era la trataria con mucho amor y cariño. Otras veces siento muchos deseos de sentir que se sentiria ser un bebe de nuevo, pero con una familia mejor que con la que me toco crecer.
    Un abrazo muy fuerte, no me canso de leerte.

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  5. Tus escritos tienen siempre un efecto catalizador muy fuerte en mí y de repente he revivido muchas cosas que, la verdad, no quería. Tendría que intentarlo algún día,un repaso a fondo. Es curioso también que siempre presentas elementos que reconozco, pero que en mi propia vida están recombinados de formas muy distintas. Por ejemplo, no tuve la oportunidad de vivir una infancia privilegiada que luego mandase a la mierda, sino que más bien tuve el privilegio pero con una buena mierda plantada en su mero centro. De momento no encuentro la forma de describir breve y coherentemente mi recombinación personal de todos estos elementos, pero tu reinsistente evocación de momentos de paz y redención me hizo recordar unas líneas que escribí hace un tiempo sobre recuerdos parecidos:

    El blanco cielo de las gaviotas
    Reclama lejanía, alegría,
    Vacío abierto de esperanza,
    Ausente de memoria, abre
    Los brazos de mi espíritu
    Para volar bajo el quieto sol.

    Una cálida mano, una suave palabra,
    Son silencios mayores en la quietud,
    La alegría de ser peces
    Que nadan en el mismo río.

    Los mecanismos de los hombres (los fuegos artificiales, las tracas, los coches) siempre me dieron terror, pero el poder de la naturaleza era mi venganza y la amaba con locura, éxtasis, alegría. Especialmente los truenos, el mar revuelto, me enloquecían el viento y los relámpagos fuertes, pasear de noche por los bosques y conquistar el miedo ante los oscuros secretos que se insinúan, cantar en rapto bajo la luna.

    De hecho fue en un momento de esos de alegría salvaje en la naturaleza cuando me ocurrió un desdoblamiento, que me vi, físicamente, a una distancia de mi, viéndome y lo que acontecía, como en los relatos de gente que muere y lo ven todo desde fuera - he oído decir que tal desdoblamiento puede ocurrir como defensa psicológica ante una emoción o fuerza psíquica demasiado fuerte.

    Un abrazo - y corrije: "Pero EVIDENTEMENTE yo no rubriqué el contrato. Cuando nací, alguien lo firmó por mí. "

    Sifi

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  6. Gracias por lo que escribes, me siento tan identificada con tantas cosas....
    La sensacion que mas firmemente se hace presente en mí cuando recuerdo mi infancia: el dolor de estomago que produce el miedo. Ese dolor que todos conocemos me acompañaba cada día a cada segundo.Mienras sonreia y jugaba, y parecía una niña normal.Seccretitos

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  7. Nemesis...

    Tu publicación de hoy...
    Bueno, la verdad, no sé que decir, llevo varias semanas bastante jodidilla, intentando no pensar demasiado. Supongo que estoy en algo así como... no mis años oscuros, porque en realidad, mi infancia a pesar de que fue un infierno como para la mayoria de las personas como nosotras, no fue similar.

    A veces, me siento traicionada a mí misma, puesto que he vivido momentos muy buenos con mis abusadores, los quiero y creo que tener este sentimiento hacia ellos, hace que mi recuperación sea casi imposible, ya que vivo el dolor que me causaron, pero también con el dolor de no poder odiarlos,pero tampoco perdonarlos.

    Gracias por escribir Nemesis, porque a veces escribes lo que yo no logro hacer por falta de fuerzas.

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  8. Ahhh mi tesoro, recorrí esos lugares con tus palabras.
    Trabajé con el psiquiatra a la niña, aún así cada tanto me angustio muchísimo...me hubiese gustado tener una madre o un padre que me quisiera...después comenzó lo violento hasta el día de hoy con esa familia que no era la mía...si bien he cortado el lazo, se las arreglan para embromarme la vida.

    Recuerdo muy bien a mis tíos, tías, abuelas y el nono, lo bien que lo pasaba con ellos, luego volver a la casa.
    Mi abuela gritano a mis padres genéticos que los denunciaría! eran otros tiempos, aunque aún hoy la gente no se atreve.

    Te dejo besitos, abrazos ♥‿♥

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Gracias por dejar tu legado en el Averno.