Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

La Revolución Fluorescente

Yo Sueño

COSAS QUE NO HAY QUE DECIRNOS

Participo en un foro de ayuda mutua para víctimas de abusos sexuales infantiles. Y entre otros hilos y sugerencias, encontré uno muy interesante donde los sobrevivientes descargan de alguna manera su frustración con algunas de las preguntas que (con intención o sin ella) les hace la gente al conocer su situación personal. Algunas son especialmente sangrantes. Yo me limitaré a contestar, en la medida de lo posible, las más habituales, siempre desde un punto de vista totalmente personal, que puede estar equivocado, y añadir otras preguntas y respuestas que otras personas supervivientes han dejado en el foro.


¿Por qué no lo contaste entonces? ¿Por qué no lo denunciaste si tanto daño te hizo?

Es sencillo. Por la misma razón por la que ninguna víctima habla: el miedo. Tú, que me estás leyendo te supongo una persona adulta, con miedos racionales y lógicos, pero yo hablo del miedo infantil, ese miedo irracional que la imaginación de un niño alimenta con su fantasía. Intentad, por un momento, volver a vuestra infancia. A la época en que creíais firmemente en la existencia de los Reyes Magos, o el Ratoncito Pérez, o Papa Noel… ¿acaso no estabais convencidos de que eran reales? Y ahora en la madurez, aunque sepáis la verdad, seguramente guardáis un entrañable recuerdo de esos personajes, por la nostalgia en esa creencia que os evoca.

A nosotros, creo que nos ocurre algo parecido. Nuestro abusador nos inculcó el temor, más o menos explícito, a que si lo contábamos mataría a nuestra madre, o se romería la familia, o nunca más nos iban a querer, o jamás nos creerían… como en lo bueno, nos ha quedado la reminiscencia de ese temor hasta bien entrada la madurez. Incluso diría que ese miedo irracional permanece en el subconsciente, acechando por el resto de nuestra vida.

Añade a ese miedo, que nuestro agresor nos hizo creer que lo que estaba ocurriendo era “incomodo” para el resto de la sociedad. Que si alguien se enteraba nos iban a tachar, a mi agresor y a mí, de “malas personas”, porque esas cosas no se hacen. No olvides que nuestro abusador no es un extraño que nos secuestra, es alguien de confianza para nosotros y para el resto de los adultos que nos rodean. Nuestro agresor nos hace cómplices mediante coacción o engaño. ¿Te hubieras atrevido con quince años a contar a cualquiera que un día robaste una botella de cerveza en el supermercado? Si robas un objeto en unos grandes almacenes, o le robas la cartera a alguien, no presumes de ello. Con los años, si no te han pillado, procuras no contárselo a nadie, no es algo de lo que sentirse orgulloso. Pues esto es igual. Como creemos ser los responsables de hacer algo horrible, sucio y asqueroso, no lo cuentas. Por eso no lo dices antes. Y cuando lo haces es porque de alguna manera empiezas a entender que eso horrible te dejó una herida que instintivamente crees que hablando (confesando) vas a ayudar a sanar. De ahí a entender que en realidad tú no hiciste nada malo media un tiempo de terapia, de meditación, de reflexión interior que te muestra que a lo mejor eras una niña (o un niño) y por lo tanto en realidad no fue culpa tuya.

En mi caso, lo conté cuando era una niña, pero cuando lo hice, me dijeron que era culpa mía, que sólo tenía que decir “no”. Y en mi mente infantil asumí que la culpa era, por lo tanto, mía. Yo no podía decir que sufría abusos porque yo los había provocado. Y he crecido con esa idea firmemente anclada en mi cabeza. Durante muchísimos años he sido incapaz de hablar. Y no porque alguien me lo impidiese, sino porque mi mente no me lo permitía. Yo no era consciente ni tenía edad para entender lo que pasaba, y terminé por esconderme, por callar y asumir que lo ocurrido era culpa mía.

He pasado años disimulando cuando algo me traía un recuerdo que me paralizase. He pasado horas enteras encerrada en el cuarto de baño, esperando a que las náuseas y los temblores de mis manos se detuvieran, sólo para que nadie de mi entorno se diese cuenta de que me ocurría algo. Sin duda un comportamiento recuerdo de mi infancia.

Por cierto, es nefasta la pregunta. Porque no sabía lo que me estaba ocurriendo, porque no tenía las herramientas, porque no tuve la oportunidad, porque me pasé años pensando que jamás iba a contárselo a nadie, porque creí que podría tragármelo yo sola/o, porque preferí ocultarlo a destrozar mi familia, porque temí por mi vida y por la de mis seres más queridos, porque dependíamos económicamente de esa persona, porque mi madre ya había sufrido bastante para añadir yo más traumas en su vida.... Creo que hay miles de motivos. Y no es adecuado que hagas esa pregunta. No importa si han pasado dos años, cinco, diez, o treinta, desde que sucedió. Lo contamos ahora porque estamos preparados


Si hablas ahora de esto es para vengarte, o para dar pena… Te gusta hacerte la víctima. ¡Te encanta llamar la atención y ya no sabes por dónde salir!

Yo he tardado cuarenta años en asumir lo que me sucedió. He estado “adormecida” durante años, hasta que me desperté. Y hablo, porque al despertar… necesito vomitar, como todas las víctimas. ¿Crees que lo hago para llamar la atención, por venganza? ¿Opinas que después de tantos años aún busco represalias, o lástima? Si tuviese alguna razón que implicase poner en evidencia a todos aquellos autores y cómplices de mis abusos, no sería por venganza, sería por justicia.

Pero ya ni siquiera busco eso: yo hablo porque necesito sacarlo fuera, porque si sigo guardando el secreto un minuto más acabaría devorándome, consumida por el dolor. Y… ¡qué diablos!, porque no tengo de qué avergonzarme. Que callen otros que si tienen de qué sonrojarse.

En el caso de algunas víctimas, simplemente lo olvidaron, pero lo recuerdan años más tarde. ¿Te sorprende? Pues ocurre más frecuentemente de lo que crees. La mente es sabia, y cuando tiene una experiencia demasiado “inasumible”, lo que hace es desconectarse. Una niña no está preparada para asumir una violación a los ocho años, ni una sobreexcitación sexual a los cuatro, un niño no está preparado para una eyaculación a los trece provocada por un adulto que lo estimula.

La mente se apaga como medida de protección o se disocia. La disociación, de hecho, es una de las características de los mamíferos, especialmente si son una potencial víctima para otros. En algún reportaje de la tele habrás visto al león que se come una gacela y la gacela está viva. ¿cómo soporta el dolor de que el león le comience a comer de dentro hacia afuera? (siempre empiezan por los órganos internos) pues porque la gacela está disociada. Es un mecanismo involuntario de emergencia que nos permite eludir el dolor físico y emocional.


Pobrecita…

¡Odio inspirar lástima! Nos degrada aun más la autoestima, porque nos hace sentirnos lo más bajo de la sociedad, los marginados. Y nos retrotrae a la sensación de debilidad que experimentábamos durante los abusos.

Me agrada que sientas lástima como una forma de empatía, que a fin de cuentas es lo que busco en este blog. Que la gente se dé cuenta de la dureza de ser un superviviente de A.S.I. Pero algunas personas lo utilizan como si el hecho de ser una víctima nos rebajase a un escalón inferior: Como si cuando conocen a una víctima de abusos en su infancia nos vieran como alguien incompleto, que no va a entender algunas cosas o que no se debe hablar delante de nosotros de “ciertos temas” porque nos pueden afectar. “Pobrecita, es que su padre la pegaba y la violaba, por eso no puede salir con chicos” eso lo han dicho delante de mí, en mi cara, ignorándome. Y, SI, la gente piensa esas cosas. Igual que piensa (aunque morirían torturados antes de reconocerlo) que si les hubiese pasado a ellos, después de tanto tiempo ya lo tendrían superado: Los que decimos que esto aún nos afecta somos unos quejicas.

Tu lástima será bienvenida si viene acompañada de un gesto que no me trate diferente, que me ayude a salir, a dar el paso. Porque muchas veces nos atascamos por no atrevernos a avanzar.


Debes tratar de superarlo. Pero eso fue hace un montón de tiempo. No sirve de nada remover el pasado. Creí que ya lo habías olvidado.

Solo diré: ojalá pudiera olvidarse. Y añadiré, que denota falta de empatía y de información acerca de procesos psicológicos básicos. El problema es que cada vez que me levanto, cada vez que me enfrento a un reto, por simple que sea, tengo un bicho en la cabeza que me recuerda lo que me han hecho. Y tengo que hacer el ejercicio diario de apartar ese pensamiento de mi mente que se impone cada minuto. Y que no te lo diga no significa que no lo recuerde.

Sé que lo haces con buena intención, porque crees que si lo entierro, lo olvidaré y seguiré con mi vida, pero esto no funciona así: todos cuando nacemos somos una hoja en blanco, un ordenador vacío, en el que los adultos escriben. Nuestros padres escriben las normas que debemos conocer y cumplir, la sociedad escribe nuestras tradiciones, en el colegio escriben los conocimientos que nos servirán en nuestra vida de adultos.

Y todo queda marcado en el disco duro, TODO. Y las víctimas de abusos tenemos un borrón en nuestra hoja que no nos permite leer bien las normas del comportamiento. Nuestro disco está dañado. La desgracia de las víctimas es haber sobrevivido a aquello y vivir el resto de nuestra vida con la duda de si somos útiles, o por el contrario se nos debería tirar a la papelera, por ser un proyecto mal acabado. No olvides que la primera consecuencia de los abusos es que nuestra autoestima baja en picado.

Es como llevar una silla de ruedas. La gente, que no sabe de tu minusvalía, se extraña de tu comportamiento, sobre todo los más allegados, los amigos más cercanos, que con el trato se dan cuenta de que algo no va bien. Y además algunas personas, al conocer la razón, sugieren que se esconda la silla.

Porque así nos sentimos los sobrevivientes de A.S.I. Nuestra silla de ruedas es mental, y poca gente la ve. Pero está ahí, y es para toda la vida, no podemos decir: ya está olvidado, ya pasó. Tan solo podemos mejorar nuestra calidad de vida. Pero para eso necesitamos que gente como tú quite las barreras arquitectónicas, que ayude en las campañas de concienciación y ayuden a proteger a los niños metiendo a los degenerados entre rejas para asegurarse que no vuelven a acercarse a un niño y a ayudar a las víctimas, a los sobrevivientes de ese horror, a superar el daño y eliminar secuelas.

Porque cada vez que alguien me dice que ha pasado mucho tiempo, que es hora de pasar página me pone un escalón delante. Se podría decir que mi recuerdo es la frase de presentación de mi página del Facebook. Y por más que se actualice, siempre es lo primero que leemos.

Mucha gente está convencida que, en cuanto se acaban los abusos se acaba el problema. Que creen que "el tiempo lo cura todo" como si el simple pasar de los días, de los meses y/o de los años ya fuera cura suficiente. Que piensan, cuando nos dicen "olvídalo ya y pasa página, que ya ocurrió hace mucho" que nos ayudan, pero en realidad yo -que soy una ASI- interpreto que me están diciendo que soy una llorica y que si sigo mal es por mi culpa.

No reclamamos que se nos reconozca como "grandes sufridores", ni esperamos que se nos ponga por encima del dolor de nadie. Sólo queremos que se nos escuche y se nos entienda, igual que yo entiendo cuando tú pierdes tu trabajo, o a un ser querido, o cuando te rompes una pierna y te retuerces de dolor.


¡Pero si sólo era un juego de niños! ¿No estarás exagerando las cosas? ¿No será que alguien te ha hecho pensar que esas caricias son malas? ¡Qué sabrás tú de sufrimientos y maltratos! ¡Tú has visto muchas películas! ¿Puede ser que haya parte de imaginación en tus recuerdos?

La credibilidad… no os podéis imaginar el daño que esas frases y otras similares nos hace.

Aquí se plantean varios problemas: los niños nunca mienten en esos temas. No tengáis ninguna duda. Es imposible inventarse esas historias a edades tan tempranas. El problema es que si se les presiona demasiado, pueden llegar a negarlo todo, por miedo, como ya he explicado en este post.

Personalmente no recuerdo haber tenido que contar detalles de mis abusos a nadie, pero sí me hicieron pasar por un psicólogo que al parecer dijo que los abusos no se habían reproducido, desde que siendo bebé, se certificó que mi infección vaginal fue por la introducción de “algo”. Supongo que como en todas las profesiones hay personas mejores que otras, y creo sinceramente que aquel psicólogo no supo ver lo que había, probablemente por desconocimiento. Hay que decir que es ahora cuando se empiezan a ver y reconocer los síntomas y las secuelas que producen los casos de abusos a menores. Y en mi opinión muchos psiquiatras, psicoterapeutas y psicólogos tal vez se sienten fatal cuando no han sido capaces de reconocer un caso, y que no siempre lo encajan bien.

Pero el problema viene cuando es el propio entorno familiar el que plantea esas preguntas. Lo hacen por intentar mantener la unidad familiar. Cuando se destapa un caso de abusos dentro del ámbito intrafamiliar la familia se rompe. Es así de sencillo. Ya nada vuelve a ser igual. Lo triste es que al que se margina siempre, es a la víctima. Se la acusa de manera soterrada de haber roto a la familia. Y la única manera que encuentran de ocultarlo es quitarle importancia. Hacernos creer que no fue tan grave, o que nos lo hemos imaginado. Y eso nos aplasta.

En resumen, es denigrante que me pregunten si estoy segura si me ocurrió. Algunas víctimas de ASI tenemos en común problemas con la memoria a largo plazo, porque nuestro cerebro nos ha protegido para poder dejar esos desagradables recuerdos aparcados –es inútil pretender olvidarlos, porque no se van nunca– e intentamos seguir levantándonos cada día y llevar una vida lo más normalizada posible. Pero te puedo asegurar que no nos estamos inventando nada, que la huella en la memoria que dejan esas experiencias son nítidas y vívidas. Que recuerdas la disposición del mobiliario de la habitación o lugar/es donde ocurrió, cómo eran, cómo se accedía a ellos, qué ropa llevabas puesta. El mecanismo de la disociación ocurre después y no impide que recordemos cómo nos hicieron x cosa. De modo que si vas a dudar de lo que te están contando, quizá sea mejor que dejes a esa persona seguir su camino de reparación emocional sin personas como tú cerca. No le hagas dudar de sus recuerdos.


¡Pero si es una persona excelente! 

A ti, que te parecía una persona entrañable, cercana, amable, alegre, atenta, educada… ¿Cómo puede ser? Pues puede ser. Precisamente son lobos con piel de cordero. No aparentan dedicarse a lo que se dedican, por ello, necesitan proyectar una imagen de buenas personas, padres de familia responsables y abnegados al trabajo y a sus hijos, entrenadores motivadores y carismáticos. Eso son: embaucadores, sibilinos, inteligentes…Sin escrúpulos. No dudarán en ser los primeros en rechazar actos así de cara al público, ser los éticamente más correctos, empáticos y solidarios, con la de casos de abusos sexuales que se denuncian en los medios. Pero forma parte de la estrategia. Como empezar a insinuar ante las personas cercanas a su víctima, que ésta tiene "demasiada imaginación" o se inventa algunas mentirijillas. Una inteligente forma de preparar el terreno por si la víctima cuenta lo que su agresor le hace, que no sea creída.


Voy-vamos a hablar con él, seguro que es un malentendido. Voy-vamos a hablar con él, lo voy a matar!

Pongo esto al margen del apartado anterior, porque dentro de la sospecha de creer que los hechos no pueden ser como creo, que lo puedo haber malinterpretado o exagerado, que trates por todos los medios de enfrentarme a mi agresor para intentar aclarar las cosas o “hacer las paces”, o que tu reacción sea la ira y la amenaza, me hunde.

Si tu intención es una conciliación para que perdone y haga borrón y cuenta nueva por todos los medios, me estás enviando el mensaje subliminal de lo poco importante que soy para ti, que te aprecio, porque el asunto te parece poco importante. Para mí son hechos que me han marcado brutalmente, aunque no lo entiendas. Y no te ofendas, pero no eres nadie para decidir cómo y cuánto me tiene que afectar. Eso lo decido yo, por favor no le restes importancia. Me das la percepción de no creer, en el fondo, lo que te estoy contando.

Si tu reacción es de ira incontrolada, me asustas a mí. Aunque sea una persona hecha y derecha, cuando hablo de mis abusos lo hago desde mi interior, desde mi niña herida, incluso si te fijas, posiblemente utilice expresiones infantiles, porque en esos momentos tengo nueve años. Y con nueve años me daba pavor que se enterase nadie de lo que me hacían porque no quería ser la responsable de que hubiera una bronca en casa. Me daba miedo y aún ahora me hace sentir culpable.

¿Quieres ayudar sinceramente? Guarda la calma. Respeta mis tiempos y deja que yo decida cuándo me enfrento a mi agresor o cómo administro mi sanación. Si tengo una herida desde hace veinte años, no la puedo curar en dos días. Pregunta, por ejemplo, qué es lo que quiero que hagas, si quiero consejo o un abrazo, u ofrécete a esperar a que yo tome decisiones y cíñete a ellas. Ahh, y buscar ayuda profesional no es ninguna vergüenza, no me escondas como si fuera contagiosa.

Por cierto, si me obligas a encararme con mi agresor sin estar preparada, puede que hasta niegue que me hizo algo por el miedo irracional que me entra; con lo que mi credibilidad vuelve a estar comprometida.


No le denuncies.

Ésta se lleva la palma. A veces encuentras a las peores personas dentro de tu contexto familiar. Solo quieren proteger la imagen de su ser más querido. No van a empatizar contigo. Es doloroso pero es así de crudo. Y por supuesto, es obligación denunciar, por la propia víctima y por las demás que puedan haber. Algo tan grave no puede quedar indemne. Debe haber un proceso judicial, el hecho debe tener consecuencias para el agresor y algún tipo de “recompensa” para la víctima. Es una forma de reparar el daño. Pero como todo nuestro proceso, sólo podemos denunciar cuando estamos preparados para afrontarlo. No lo olvides.


¿Te penetró? ¿O sólo te tocó? ¿Pero fue una vez o varias? Sí, sí, lo del abuso está mal, pero júrame que no te penetró.

¿Importa? ¿Realmente creéis que importa? Si te arrolla un tren, ¿te parece imprescindible conocer el número de vagones? No sé si conocéis la parábola de la rana y la olla de agua hirviendo. Cambiando su sentido un poco se podría relatar así:

Si se echa una rana a una olla con agua hirviendo, ésta salta inmediatamente hacia afuera y consigue escapar de la olla, pero en nuestro caso, con graves quemaduras. Serían los casos que duraron poco en el tiempo: Tu abuelo el único mes que pasaste en el pueblo, o el cura que te confesó, porque el sacerdote que te daba la catequesis, estaba con gripe. El entrenador, que jamás pasó de unas simples caricias en las duchas del vestuario, diciéndote lo desarrollado que estabas, o el vecino que se aprovechó de una tarde que pasaste en su casa de visita.

En cambio, si inicialmente en la olla ponemos agua a temperatura ambiente y echamos una rana, ésta se queda tan fresca dentro de la olla. Pero cuando, a continuación, comenzamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona bruscamente sino que se va acomodando a la nueva temperatura del agua hasta perder el sentido. Yo veo ahí esos abusos que se han sufrido durante años, de manera continua porque su agresor vive dentro de la unidad familiar, o casos como el de una niña a la que le destrozaron el suelo pélvico, y ha tenido que pasar por varias operaciones de reconstrucción, o de niñas agredidas por más de un miembro de la familia, en unos casos de forma conjunta, o en el mismo espacio temporal pero sin que un abusador conociese la existencia del otro; o en otros casos primero unos, y meses o años después otros…

Tal vez penséis que la segunda rana ha sufrido más, pero sus quemaduras pueden ser igual de graves en cualquiera de los dos casos. La gravedad puede tener más que ver con las secuelas que deja en la persona que con la gravedad del abuso. Todo depende de cómo lo encaje yo, cómo reacciones tú, y de la ayuda que puedas proporcionarme. Si una víctima de abusos se sincera con vosotros, tal vez algún día os cuente detalles o tal vez no, pero nunca intentéis medir su gravedad por el hecho de conocer hasta dónde se llegó en el abuso. Eso, es lo de menos. 

Recuerda que normalmente el ASI comienza de forma gradual y el pederasta va “tanteando” el terreno. Normalmente no ejercen violencia, por lo que el niño/a no puede ponerse en alerta, ni contárselo a nadie. Sin embargo, desde el primer tocamiento es un delito que va contra la integridad de cualquier niño/a, así que sí, TANTO me hizo, y más. Porque lo que duele es lo que no se puede ver. Lo que pasa después del hecho. Cómo te sientes de destrozado mentalmente. No existe un marcador ni ningún sistema métrico para poder constatar cuánto daño hizo. Así que ese “tanto” de la pregunta no lo podemos evaluar.

Por cierto: preguntar a un niño ese tipo de detalles les hace creer que en el fondo no le crees. Sé que lo haces para evaluar daños, pero es un error. Deja que sea la propia víctima la que te cuente libremente esos detalles, eso puede indicarte el grado de "vergüenza" y culpabilidad que siente cuando te lo cuenta.


¿Y cómo fue? ¿Qué te hizo? 

Insisto: no preguntes detalles sobre lo que ocurrió. Es de mala educación y no necesitas saber si el abuso consistió en caricias, besos, masturbación, sexo oral, anal o vaginal. Es un tema demasiado íntimo que no puede ser preguntado de manera explícita, ya que puedes hacer que la persona se sienta violentado, y le hagas revivir la situación demasiado. Si lo considera oportuno, cuando haya plena confianza y si él lo necesita, podrá darte más información sobre los hechos. Para ello, necesita comprobar que eres alguien en quien confiar, que estás sano emocionalmente y no vas a utilizar la información para herirlo, como arma arrojadiza ante un enfado. El interés excesivo puede interpretarse como morbosidad, puede hacer que la víctima se cierre en banda y no te cuente la historia al completo nunca. 


Tienes que perdonar para sanar. 

Es una falta de respeto para la víctima decirle algo así. Primero, porque ante un hecho tan atroz no siempre hay espacio para el perdón. Creo, personalmente, que un pederasta no merece el perdón de una víctima y me parece cruel pedir que así sea. Estoy harta de escuchar que es negativo guardar rencor, que odiar no aporta nada positivo, que si perdonas te estás perdonando a ti misma y así vives en paz… Mira. No. Gracias por preocuparte pero soy más feliz siendo coherente con mi línea de pensamiento, que es: rechazar y penalizar cualquier manifestación de ASI, de forma tajante y absoluta, y condenar a mi agresor al ostracismo.

Pero incluso para esas víctimas que realmente pueden perdonar, es una decisión (y un sentimiento) que sólo se puede dar al final de nuestra sanación, no como parte de ese proceso de sanación.


Eso es mentira”. Algo habrás hecho. ¿No podías haberlo evitado? ¿Por qué no te resististe? 

Me gustaría no tener que haber añadido estos comentarios, pero tengo testimonios de que esto también se dice y es lamentable. Creo que la primera es de las afirmaciones más tóxicas e hirientes que se pueden decir. ¿Cómo voy a hacer algo? ¿Crees que me insinué? Si puedes llegar a decir eso, creo que eres una persona peligrosa y me asusta tu forma de pensar. No me puedo resistir de algo que me hacen que no sé que está mal, porque no sé qué es eso que está ocurriendo. No me puedo resistir ni atacar porque mi cuerpo se paraliza. Me desconecto. Si quieres ayudar, deberías aprender sobre la dinámica del ASI. Si quieres restar, aléjate del superviviente.


Parece que tomas el abuso sexual como estandarte de tu vida, supéralo ya.

Lo siento, pero si. Es el estandarte de mi vida. Vivo con la presencia de mis abusos igual que tú vives siendo consciente de lo que eres como persona. Si eres de derechas o de izquierdas, creyente o ateo, homosexual o heterosexual… y lo peor de todo es que no me dejas reconocer lo que soy, que es el primer paso para mi curación.


¡Qué mala suerte tienes en la vida! Te persigue la mala suerte 

Y menos mal que estás tú para recordármelo (tono de ironía). Ser víctima de ASI es un hecho muy grave, no lo compares a que me caiga una maceta desde un balcón, a que nunca me toque ni el reintegro en la primitiva o a que me hayan echado del trabajo… Yo no tengo la culpa de lo que me sucedió. La mala suerte es que existan pederastas y pedófilos que por su indecencia y egoísmo se carguen la infancia de un niño/a y condicionen el resto de su vida, en tan solo un instante. No sumes al dolor que ya se siente de por sí, que yo tenga una baja autoestima o me crees nuevas inseguridades, que me impidan enfrentarme a nuevos proyectos. Cuida tus palabras.


Tal vez no deberías contarlo… No hace falta que lo sepa todo el mundo. Si hablas destruirás a la familia. Vale, ve a terapia, pero que no se entere nadie. ¿Seguro que necesitas la terapia, con lo que te gastas ahí...? no se lo cuentes a nadie.

El secretismo. La segunda variable de la anterior. Si te hubiera atropellado un coche, ¿dudarías en contárselo a los demás? ¿Te parecería vergonzoso acudir al médico, llevar una visible escayola, utilizar muletas? Esto es exactamente igual. Recuerda que yo no he hecho nada malo.

Hablo para curarme. Se ha demostrado que es nuestra mejor terapia. ¿No queréis que “pasemos pagina”? pues ésta es nuestra cura. Si me obligas a guardar el secreto de mi terapia, si me obligas a que no hable de mis abusos, me devuelves a mi infancia donde mi agresor me forzaba a callar, a guardar silencio.

Nadie quiere ver a los demás sufrir, si un pariente o un amigo sufre una grave enfermedad, lo apoyamos sin condiciones. Y nuestra sala de curación esta junto a los seres queridos que nos apoyan. Más que palabras, lo que necesitamos es hablar y que nos escuchen. Y no nos vendrían mal palabras que nos animen a no estar callados, a no tener que escondernos. Nosotros somos las víctimas. Aquí los únicos que deben sentirse avergonzados son nuestros agresores. Volcad vuestro desprecio contra ellos.

Todos los casos que conozco, sin excepción, tienen una fisura familiar más o menos importante. Y en todos, la víctima ha tenido que “apartarse” de parte de su familia al no sentir que cerraban filas a su alrededor. La reacción que el familiar tiene mucho, cuando las víctimas cuentan lo ocurrido es: No se lo cuentes a nadie, haz como que no pasa nada, disimula… y eso nos supone un gran dolor.

Y hay de todo: desde las familias que siguen con sus vidas, de manera hipócrita, con reuniones familiares, donde víctima y abusador tienen que compartir mesa y mantel, con el dolor que eso conlleva para la víctima. Pasando por familias que se dividen en dos: unos a favor de la víctima, y otros a favor del abusador.

Hasta situaciones, como la mía en la que he roto por completo con toda mi familia biológica después de que me dejaron muy claro que mi agresor seguiría en su estatus de padre de familia hasta su muerte. En mi caso nadie se puso de mi lado. Sencillamente me dijeron que todos habían pasado por lo mismo, y si ellos seguían con mi agresor, no había razón para que yo no lo hiciera. ¡Asúmelo!, me dijeron. Me negué en redondo. Me demostraron que las cosas con la nueva generación no iban a cambiar y me alejé por mi propia salud mental. Y en cuanto al resto de los mortales… bueno, si no me crees: no digas nada y desaparece de mi vida. No necesito incrédulos “apoyándome”.
 
La víctima tiene pleno derecho de contar lo que le ha sucedido cuando y a quien considere oportuno. Y que los demás saquen las conclusiones que quieran. Yo no he hecho nada malo.



Y hay más frases, algunas muy hirientes:

¿Pero puedes tener relaciones sexuales? Quien lo diría de ti se te ve normal, y muy sonriente y simpática...

¿Es que creías que las víctimas de abusos sexuales somos anormales, que somos raros, que no somos como tú? Ya nos sentimos bastante “bichos raros” como para que encima alguien nos lo ponga en palabras.

Yo personalmente tengo un recuerdo especialmente doloroso: en clase iban a dar una charla sobre educación sexual, (en aquella época aun no se incluía como parte del programa de estudios, sino como “charlas” voluntarias en los colegios e institutos) y una “amiga” que conocía lo que me habían hecho me dijo: hoy no es necesario que vengas a clase, a ti ya te lo explicó tu padre…

O cuando mis amigas empezaron a presumir que ya habían tenido sus primeras relaciones sexuales, y al verme callada, me miraban con aire de superioridad, porque yo aún era virgen. Si supieran…

Por cierto, qué suerte que no se me note, ¿verdad? (ironía de nuevo) Este comentario me parece y quiero pensar que es también por desconocimiento. Los supervivientes de ASI hemos tenido que aprender a fingir que no estamos hundidos en la mierda o que nos queremos morir, para que nadie sospeche de que algo así ha sucedido. Cada día es una lucha constante contra el cerebro, porque tú quieres seguir con tu vida pero no puedes. Obviamente, no llevo una etiqueta en la frente, e intento parecer lo que creo que soy, una persona normal. Pero cuando nadie nos ve, solemos descargar toda esa carga emocional.

Si eres un amigo o la pareja de una víctima de abusos, deja que ella/él marque el ritmo. Ten paciencia, mucha paciencia, y cuando te hable de sus abusos, limítate a escuchar: no estás oyendo a tu pareja, estas escuchando al niño perdido que vive en su interior, y que solo pide ayuda, la ayuda que le negaron en su infancia.


Hay una pregunta que he querido dejar para el final:

¿Por qué a mí? ¿Por qué me han tocado a mi todos los “guarros” de la familia, o del barrio? ¿Acaso son cazadores de “bobas”?

La deje para el final porque no nos la hace nadie. Nos la hacemos las propias víctimas. No sé qué circunstancias envolvieron a los demás. Sé que en mi caso yo no era la primera de la lista. Y me ocurrió porque nadie le puso freno a mi padre nadie lo detuvo cuando lo conté, nadie me creyó a pesar de que mi agresor era reincidente.

Porque nadie me enseñó a decir “no”. Si, fue lo que me dijeron con nueve años “Solo dile que no”, pero nadie hizo nada, absolutamente nada. Y a mí me habían enseñado que a papá, a los profesores, al sacerdote, al policía, al médico, al cuidador, al entrenador, al vecino… hay que obedecerles siempre. Te enseñan que no hables con extraños, que no aceptes caramelos de desconocidos, pero no te enseñan que tu cuerpo es tuyo y nadie tiene derecho a tocarte sin tu permiso. Nadie me enseñó que si me hacen algo que no me gusta puedo contárselo a los demás para evitar que se repita, aunque mi agresor me diga que es un secreto.

Creo que en el fondo nunca sabré porque me tocó conocer a semejantes depredadores. No sé si es que detectan nuestra debilidad. Tal vez nos olfatean, buscan nuestro rastro como las hienas. No sé si fue fatalidad, el destino, las alineaciones planetarias, la predestinación, el azar, dios o el diablo. Solo sé que desde que nací, mi infancia fue marcada por abusos de cabrones sin escrúpulos, míseros dioses de mi pequeño universo, que sellaron para bien o para mal mi futuro.


"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio"
Proverbio Hindú

2 comentarios:

  1. Karina Fernández D' Andrea5 de septiembre de 2018, 19:58

    Gracias por tu escrito. Yo te creo. Permite que te abrace. Estoy aquí, para lo que necesites.

    ResponderEliminar
  2. Hola muchas gracias por compartir dices lo que yo quisiera decir y no puedo, siento que no se entiende mi mensaje que divago, que aburro, me parecen muy atinadas tus sugerencias tus explicaciones pero las entiendo porque me identifico, me pregunto si les queda claro a quienes afortunadamente no les ha pasado

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu legado en el Averno.