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La Revolución Fluorescente

Yo Sueño

LA MUÑECA



Pertenecía a una de mis Madrinas “menores”. Tenía la cabeza y las manos de plástico blando, el resto del cuerpo era de trapo. Su pelo era castaño, con un gorro a juego con el vestido de flores color chocolate. Sobresalían de detrás de las orejas dos largas trenzas con lazos amarillos. Estaba siempre cerca de su cama, formaba parte de la decoración de su habitación junto a otra muñeca también de trapo, pero mucho mas grande que colgaba de la pared sobre la que estaba apoyado el mueble.

Me gustaba esa muñeca. Debe ser de los pocos juguetes “para niñas” que disfruté realmente. Recuerdo pedírsela para jugar con siete u ocho años. Utilizaba el revistero de mimbre como cuna porque tenía la medida justa. Cuando ésta Madrina se casó se llevó con ella sus muñecas. En ese momento no me importó, con trece años yo no jugaba con muñecas, con trece años yo no jugaba. Durante mis Años Oscuros veía la muñeca cuando pasaba temporadas en su casa. Inexplicablemente, me hacía sentir nostalgia. Allí también la tenía en su habitación como elemento decorativo junto a su “hermana mayor” colgada de la pared.

COSAS QUE NO HAY QUE DECIRNOS



Participo en un foro de ayuda mutua para víctimas de abusos sexuales infantiles. Y entre otros hilos y sugerencias, encontré uno muy interesante donde los sobrevivientes descargan de alguna manera su frustración con algunas de las preguntas que (con intención o sin ella) les hace la gente al conocer su situación personal. Algunas son especialmente sangrantes. Yo me limitaré a contestar, en la medida de lo posible, las más habituales, siempre desde un punto de vista totalmente personal. Que puede estar equivocado.

CUENTOS Y LEYENDAS



Muchos de los que conocen mi historia se sorprenden del alcance del daño. Me preguntan porqué no lo dije entonces o dónde estaba mi madre para no verlo o no denunciarlo. Son cuestiones y comentarios que la mayoría de la gente hace por puro desconocimiento del tema. Alguno se ha espantado al conocer detalles que para mí son nimiedades, supongo que porque no es lo mismo vivirlo que oírlo de labios de un superviviente. Ya he dicho alguna vez que tendemos a minimizar nuestras propias historias como mecanismo de defensa. Ser consciente del horror de lo vivido me hace sentir mucha ansiedad. Es como si me “llenase” de algo que aún no sé como explicar, pero es algo que me sobrepasa y supongo que por eso intento no pensar en ello, vivir disociada de mis abusos.

Pero he querido celebrar el próximo día mundial de prevención del Abuso Sexual Infantil intentando romper mitos que están muy arraigados en la sociedad poniendo mis propias vivencias como uno de los muchos ejemplos que los desmontan. Y son muchos mitos, así que no me voy a andar por las ramas. Vamos al grano.

MÁSCARAS DE ARLEQUÍN



Durante estos últimos años he leído muchas historias de abusos, muchas. Unas más explícitas, otras tan solo dibujaban su forma, su silueta, pero todas las historias reflejan miedo, silencio, dolor, vergüenza, culpa… y resignación. Resignación ante una situación insostenible la mayoría de las veces, pero que de alguna manera hemos conseguido mantener en equilibrio. Manteniendo la equidistancia entre la abominación del abusador y nuestra cordura, con titánico esfuerzo por nuestra parte en muchas ocasiones.

En situaciones límite el hombre es capaz de soportar todo tipo de vejaciones. Hay millones de ejemplos en la prensa diaria. Abusos de poder, dictaduras, atentados, guerras, genocidios, catástrofes naturales… los que lo ven desde fuera siempre piensan que ellos no lo soportarían.