Cuando que empecé a leer e informarme sobre los abusos, existía un ejercicio para la rehabilitación que me hace pensar. Pensar mucho. El ejercicio hablaba de nuestra niña interior. Explicaba que debíamos recuperarla, hablarla, quererla… y perdonarla. Y yo no tenía muy claro a qué se refería. Pensar en ella me hacía sentir nostalgia, añoranza. Cuando veía sus fotos, mis fotos, recuerdo cada uno de los momentos en los que se hicieron, el lugar, con quien estaba… Era como si viajase en el tiempo y atravesase el espejo. Como si volviese a la casa de la playa, cerca del faro, donde el Monstruo nunca pudo verme porque jamás estuvo ahí. Era como si entrase en una máquina del tiempo en la que recordaba y aún recuerdo muchas cosas.
Averno era el nombre antiguo que se le daba a un cráter cerca de Cumas, en Italia. Se creía que era la entrada al inframundo. Siempre he tenido la sensación de caminar junto a un precipicio. Siempre con el riesgo de caer abajo, y ésta es mi manera de sortear ese cráter, reconociendo mis propias limitaciones y buscando nuevas piedras sobre las que asentar los pies y afianzar las manos.